En defensa de la costa vizcaína

15 de los 64 fortines militares que hubo dispuestos entre Ondarroa y Muskiz han sobrevivido al urbanismo, aunque la mayoría están abandonados a su suerte

Vamos por el paseo y llegamos al viejo fortín de Punta Galea, Galea Mayor según los documentos de la época, mandado construir en 1742 en la desembocadura de la ría de Bilbao, y hoy situado frente a un paisaje industrial. Muchos lugareños recuerdan aún que, intramuros –donde los fines de semana se cuelan sin dificultad, y sin disimulo, amantes de la fotografía y el paisajismo, caminantes e incluso algunas familias con niños–, y tras vaciarlo de todo contenido militar, hubo ahí en los años ochenta un merendero donde se servían refrescos y helados. Pero mucho antes que eso, cuando desde lejos se veían cuatro casas, un convento, más campas que otra cosa, esta estructura amurallada a la que se accedía por un puente levadizo estuvo coronada por 16 cañones –hoy uno de ellos se restaura en el Museo de Arqueología de Bilbao–, que apuntaban tanto al mar como a tierra firme y cuyo objetivo era impedir que los enemigos que pretendían adentrarse por el litoral tomasen tierra.

Acceso a tierra firme

Como en las películas de piratas. Pero más que a los corsarios, entre los siglos XVII y XIX había cierto temor a que, cuando Castilla o el reino de España entraba en guerra en cualquier parte del mundo, los barcos de una nación extranjera accedieran al país por la costa vizcaína. Si esto llegaba a suceder, la entonces Diputación General ordenaba a los municipios del territorio que todos los hombres de entre 18 y 60 años, armados con fusil y bayoneta, formaran compañías de 50 personas. Los destinados en el fuerte habían aprendido a utilizar y revisar los cañones y a aprovisionarse de pólvora, proyectiles y otros materiales. Es probable que en el frío y húmedo invierno hicieran guardia con unas cuartas de aguardiente y leña suficiente. Tenían un código conformado por una bandera y tres columnas de fuego para dar la voz de alarma; si venía una sola embarcación o un grupo, desde qué dirección, a qué distancia se encontraba...

Esta es una página prácticamente olvidada del pasado marítimo de Bizkaia sobre la que Txakolingunea, el Museo del Txakoli de Bakio, se ha interesado en una de sus últimas charlas. La impartió el arqueólogo marítimo José Manuel Matés Luque, al que todos conocen en el mundillo como 'Luque' a secas, natural de Basauri. Acude a la cita con EL CORREO en Punta Galea un día fresco, pertrechado de una chaqueta cargada de compartimentos, calzado cómodo, mochila y unos buenos prismáticos. «Cuando oímos hablar de castillos y fortines la gente suele asociarlo a tierra. Sin embargo, también se construyeron para controlar el espacio marítimo, se necesitaba que alguien informara de lo que ocurría en el mar. En un momento dado, como en la guerra de 1898 de Cuba, por ejemplo, hay un miedo a que vengan los acorazados de Estados Unidos y empiecen a atacar. También hubo algunas atalayas cuyo cometido era divisar ballenas y dar el aviso», explica.

A la hora de decidir sobre dónde construir los primeros fuertes se consideró que la mejor ubicación era el mismo nivel del mar –puertos, playas– para así poder realizar tiros directos. Pero viendo el daño que podían sufrir las embarcaciones propias y pensado que una vez los enemigos tomasen tierra iba a ser imposible defenderlos, en el siglo XVIII se decidió trasladarlos a la parte alta de los acantilados. La mejora de los cañones y la longitud del tiro elíptico también influyeron en el cambio de ubicación. Luque ha localizado mapas del XVIII donde figuran todas las baterías que existieron. «El urbanismo que tenemos ahora es diferente al de hace 250 años. En aquella pista de skate de Algorta hubo una», indica. «Convendría geoposicionar estos puntos. Convencer a las instituciones para conservar los que quedan es otra cosa», sostiene.

En todo caso, desde las pequeñas posiciones defensivas que apenas acogían una o dos piezas de artillería a otras de mayor relevancia como Punta Galea, según datos recogidos por otro colega de profesión de Luque, Alfredo Moraza Barea, de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, hubo dispuestos a lo largo de la franja costera «64 fortines diferentes», de los que quince aún siguen en pie. Por municipios, el mayor número se situó en Bermeo, con diez, seguido de Lekeitio (seis), Getxo y Santurtzi (cinco en cada uno) y Portugalete, Elantxobe y Ondarroa, con cuatro. Aparte de los que protegían los principales puertos (Ondarroa-Berriatua, Lekeitio-Mendexa, Bermeo y Gorliz y su bahía), el volumen principal de fuertes se concentró en torno a El Abra. Allí los había a derecha, en Getxo, y a izquierda, en Portugalete, Santurtzi y Zierbena. En esta zona estaban habilitadas la cuarta parte de estos últimos testigos vivos de un sistema organizativo ya desaparecido. Su misión consistía en custodiar infraestructuras básicas como los astilleros reales de Zorroza y los puertos de Portugalete y de Bilbao.

Hasta la Guerra Civil

Cada fuerte disponía como mínimo de parapeto, con agujeros para cañones (troneras), y de tejado, para guardar las herramientas, la pólvora y los proyectiles. Si no se construía casa alguna destinada al almacén, cualquier otro edificio –las ermitas, muchas veces– podían ser aprovechadas para tal fin. Entre las fortalezas también existían construcciones más desarrolladas, con todo su perímetro amurallado y, en un solo caso, de nuevo Punta Galea, cerrado con foso. La mayoría de las veces, disponían de tejado para los artilleros. La parte superior de los parapetos y los bordes de las troneras eran de sillería de caliza, y así son los que han perdurado hasta la actualidad. La pena es que la mayoría de todas aquellas «piedras» no han sobrevivido a la modernidad, al crecimiento de los municipios, la industrialización, a los tiempos modernos. Lamentablemente, las quince que quedan se encuentran en muchos casos en un estado pésimo de conservación, rodeadas de maleza, escondidas entre pintadas y llenas de basura, abandonadas a su suerte. «Es un atentado contra el patrimonio, nos gusten o no», opina Luque.

Cuando los Fueros de Bizkaia fueron suprimidos y, por tanto, la vigilancia de los límites de Bizkaia quedó en manos de la Armada de España y no del Señorío, dejaron de tener uso. Es probable que se recuperara en la Guerra Civil, tal y como sucedió con el puesto costero de Punta Lucero durante el combate naval de Cabo Matxitxako del 5 de marzo de 1937. Y también con la estructura defensiva situada todavía hoy junto a la ermita de Santa Katalina de Mundaka, un fortín que poseía dos cañones. «Echemos un vistazo al Serantes», invita Luque prismáticos en mano. «Si bajamos aquel repecho, desde la antena, hacia la izquierda, hay un fortín de forma pentagonal que tuvo artillería apuntando hacia donde ahora nos encontramos. Hay otra instalación cerca, un polvorín de apoyo. Hay gente que pasea por allí, se cuela entre las piedras y desconoce que en su día formaron parte de una fortaleza defensiva». Tiene su lógica. Punta Galea no es el caso, hay varias señales en buen estado que llevan hasta el torreón, pero es la excepción.

La situación de abandono general no es nueva, ni la falta de presupuesto o de interés. En 1844 y 1845 un chatarrero llamado José Oronoz, se quejó a la Diputación de que «en Getxo, Santurtzi, Zierbena y Muskiz» había «varios despojos de cañones pedazados» que «solo sirven de tropiezo para las lanchas». Pidió autorización para recogerlos, pero no se la dieron. Luque lo tiene claro. «Si pensamos para qué valen estas piedras viejas, por qué no pensamos lo mismo del Partenón. Quizá no hemos sabido verle el valor turístico, pero sí es significativo».

PARA SABER MAS:

 http://um.gipuzkoakultura.net/itsasmemoria6/133-162_morazabarea.pdf

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