Carnavales, tradiciones vivas de nuestros antepasados

HISTORIAS DE LOS VASCOS: Ihauteriak

Carnavales, tradiciones vivas de nuestros antepasados

En solitario, en familia o en grupo, estas celebraciones transforman por unos días gentes y lugares
Amaia Basterretxea Moreno - Sábado, 26 de Febrero de 2011 -
bilbao
LOS carnavales preceden a la Cuaresma. Se celebran los tres días anteriores al miércoles de ceniza y de entre las fiestas y celebraciones que a lo largo del año se desarrollan en ciudades y pueblos son probablemente una de las más esperadas y celebradas a nivel comunitario. En solitario, en familia, en grupo o en cuadrillas, los disfraces y las máscaras ayudan a crear un ambiente que transforma por unos días a gentes y lugares y nos transportan a un mundo imaginario en el que aquellos seres y personajes que cada uno de nosotros ayuda a construir nos hacen sentir auténticos protagonistas de la fiesta. 

Considerados hoy en día como festejos de diversión y esparcimiento, los carnavales han sido un modo de acercarse a ese imaginario que relaciona los ciclos del año y la naturaleza con las labores propias de la agricultura y la ganadería. Y es a través de representaciones de seres míticos y esperpénticos cuya muerte a manos de la comunidad escenifica el fin del invierno y la llegada de la primavera como conocemos los miedos, los temores y las alegrías de aquellas gentes que nos precedieron. 

Estas mascaradas de invierno no son, sin embargo, un fenómeno exclusivo de nuestra cultura, sino que podemos encontrar representaciones y personajes parcialmente coincidentes de un extremo a otro de Europa. Osos y personajes similares a los que se nos presentan en el carnaval de Lantz, por poner un ejemplo, se pasean en esas fechas por Polonia, Macedonia o el norte de Italia, de tal modo que el sonido de los cencerros retumba por el viejo continente y nos evoca un mundo que hoy más que nunca parece refugiarse en lugares apartados del bullicio urbano.
prohibición y recuperación  
Prohibidos a nivel peninsular por Orden General en febrero de 1937, los carnavales se reanudan en Euskal Herria en los años de 1976-77. En este momento, tanto en el ámbito urbano como en el rural, comienza a observarse un interés por recuperar las tradiciones y trasmitirlas a las nuevas generaciones. El espíritu del Carnaval se adueña así de ciudades y pueblos y poco a poco los carnavales vuelven a ser el centro de atención de sus gentes. Lantz, Ituren y Zubieta, Lesaka, Tolosa, Donostia, Altsasua, Unanua, Beskoitze, Baiona, Zalduendo, Labastida, Mundaka, Markina, Bilbao… los festejos y sus protagonistas danzan y corretean por calles y plazas alterando por unos días la rutina y dejando paso a un cierto descontrol motivado en parte por los disfraces y las máscaras. 

Las máscaras fueron una constante en los Carnavales hasta su prohibición en las primeras décadas del siglo XX, si bien en algunos lugares las mantuvieron en sus disfraces tradicionales, tal es el caso, por ejemplo, de los mamuxarroak de Unanua, en Navarra, y su careta metálica. Hoy en día, algunos disfraces utilizan elementos textiles que ocultan los rostros y dan prioridad al personaje como ocurre con los Atorra de Mundaka, los Zaku-zaharrak de Lesaka o la figura tan emblemática del Hartza, pero los hay que utilizan caretas de ejecución industrial que dan una imagen más acorde con los personajes que, procedentes del cine, la televisión o los cómics, van ganando adeptos sobre todo en zonas urbanas.

En los Carnavales los disfraces y las máscaras son los elementos más vistosos, los más llamativos y los que más gratamente recordamos, pero tampoco podemos olvidarnos de las cuestaciones, las danzas, las tostadas y las celebraciones gastronómicas o la propia muerte del Carnaval. Las cuestaciones en concreto son algo habitual en los pueblos y, sobre todo, la chiquillería llena sus cestas con chorizo, jamón, huevos o aquello que se les regala para luego celebrar una comilona en la que dan buena cuenta de todo lo recogido.

fiesta y comidas La comunidad se agrupa así en torno a la fiesta y las comidas, que a nivel popular se celebran estos días, vienen a fortalecer los lazos entre propios y extraños. Cierto que la presencia de visitantes que vienen a ver cómo se desarrollan aquellos carnavales que gozan de fama merecida como son los de Mundaka, Lantz o las mascaradas de Iparralde, son cada vez mayores, pero también lo son el aprecio y la consideración que transmiten de que son tradiciones que deben preservarse. Tras las cuestaciones, las danzas, la algarabías y las celebraciones, llega el final del Carnaval y con él la despedida del invierno y la celebración del nuevo tiempo que comienza. El punto final de los carnavales es la muerte del personaje central de la fiesta. Miel Otxin, Zanpanzar, Marquitos, Judas… todos ellos son juzgados y condenados y, la mayor parte de las veces, quemados siendo sus cenizas, como en el caso de los carnavales de Baiona, arrojadas al agua. En otros casos, y en épocas más recientes, el final de los Carnavales se representa mediante el acto conocido como entierro de la sardina.

Nadie pone en duda que el Carnaval es un momento mágico del año. Según Urbeltz, "en ese momento del año en que la luz no tiene vigor para romper la noche y las fuerzas demoníacas nacidas en bosques, pantanos y marismas se aprestan a salir de sus escondrijos para sembrar el terror, las comunidades se preparan para consultar lo que les deparará el porvenir, mientras llevan a cabo prácticas rituales con fuego para intimidar a los insectos, además de disponer lo necesario para los ritos de renovación del agua y el fuego". 

Un poco diferentes serán las teorías de otros investigadores como Dueñas, Irigoien o Larrinaga que abogan más por los ritos relacionados con los períodos estacionales, con el paso del invierno a la primavera, y con un período de duración que abarcaría el ciclo invernal desde la matanza del cerdo hasta la llegada de la Cuaresma. En cualquier caso, todos ellos coinciden en que estas fiestas presentan una tipología que conlleva cuestaciones, danzas, disfraces y máscaras, personajes y muñecos, todo un mundo simbólico que ve cómo sus esquemas y estructuras tradicionales se van modificando y alterando en el contexto de la sociedad actual.

proteger y potenciar  
Por el contrario, las comunidades en las que la tradición ha conseguido mantenerse de modo cuasi ininterrumpido a través de los años, ven el Carnaval como algo que va más allá de la mera representación, algo que debe ser protegido y potenciado porque forma parte de su patrimonio cultural. Los ioaldunak de Ituren reivindican el origen de una tradición que les es propia. Ellos son los ioaldunak y tan sólo los pertenecientes a esas comunidades de Ituren y Zubieta tienen el privilegio de ser llamados por ese nombre. 

Ese reconocimiento patrimonial del Carnaval y de sus personajes por parte de estas comunidades es, según la UNESCO, básico para conseguir la declaración de un bien cultural como Bien Cultural Inmaterial, pues, según afirma este organismo, "el patrimonio cultural inmaterial sólo puede serlo si es reconocido como tal por las comunidades, grupos o individuos que lo crean, mantienen y transmiten. Sin este reconocimiento, nadie puede decidir por ellos que una expresión o un uso determinado forma parte de su patrimonio", un patrimonio del que forman parte las "tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes". El primer paso está dado. En 2009 el Gobierno de Navarra declaró Bien de Interés Cultural Inmaterial los Carnavales de Ituren-Zubieta y Lantz.

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